1.6.17

Estoy sentada en la silla del escritorio. Acabo de salir de la ducha y aún tengo la toalla enrollada en el pelo. Me toco las piernas. Pinchan. Qué se le va a hacer; no se puede estar perfecta. Como un autómata cojo el móvil, sin pensar. Abro instagram. Tengo un par de me gusta por mi última foto. Es una silueta de mi culo. A algunas personas le parecen de mal gusto este tipo de fotos, en las que una mujer decide enseñar alguna parte de su cuerpo, pero tengo varias razones para ponerlas. La primera es que es mi culo y lo enseño si quiero. La segunda es que no tengo mascotas ni preparo comida healthy, por lo que se me acaban las opciones. 
Estoy nerviosa. Cojo el pequeño neceser morado en el que guardo el tabaco. Boquillas, papel, tabaco, una caja de metal que en algún momento pensé que utilizaría como pitillera -pero soy incapaz de organizarme y preparar los cigarrillos con antelación- y una mini-máquina para liar cigarrillos que utilizaría dos veces. Liar cigarrillos parece que es como montar en bici; no se olvida. Llevaba tres años sin fumar, pero aquí estoy. Cojo el papel, pongo la boquilla y después el tabaco, humedezco con mi lengua el papel y lo enrollo. Mierda, el mechero. Voy hasta la cocina, pero no lo enciendo allí, espero hasta volver a mi habitación. No me gusta fumar en cualquier parte. Ya no.
Mientras el humo entra y sale de mi boca y de mi garganta pienso irremediablemente en ti. En que no estás y te siento. En tu pelo claro. En tu voz. Y parece que te oiga, aquí. Fumo más deprisa.