1.9.20

 No soy débil, pero sí vulnerable.


La cuidad se está despertando poco a poco. Ya casi no necesito que la luz del salón esté encendida porque entra un brillo claro por la ventana. El sonido de los coches pasando por la avenida cada vez es más constante y seguro que en pocos minutos necesito cerrar la ventana porque las obras darán de nuevo comienzo.

Estoy aquí porque apareces en el peor momento. En esa parte de mi ciclicidad en la que me siento pequeña, indeseable y demasiado quieta. Aburrida, insulsa. Qué se yo.

El caso es que apareces, como si contestaras a mi llamada, y se me hunde el pecho.

Veo como el asfalto que estaba poniendo en mi suelo se deforma. Como en aquella calle de mi pueblo que, justo unos días después de ser arreglada, quedó destrozada tras una lluvia.

Y me obsesiono con esto, con aquello. Con qué haces, dices, piensas. Con qué no hago, ni digo, ni pienso. Con qué tienes, enseñas, aparentas. Con qué no tengo, ni enseño, ni aparento.


Sé que no hablo de ti.

Hablo de la imagen que tengo de mí. Donde me veo con la columna curvada, la tripa hinchada y los dientes saltones.

¿Tiene sentido algo de lo que digo?


El caso es que apareces y se me hunde el pecho.

Y me repito:

no soy débil, pero sí vulnerable.