31.1.10

Sálvame.

Corría y corría, debía escapar. Resultaba casi imposible, yo era demasiado lenta.
Divisé una gran y redonda fuente. Allí, sentado en el borde, se encontraba mi salvación. Corrí hacía ella. Frenética, loca, asustada, torturada. No sentía mis piernas, tampoco mi respiración.
Por fin llegué y me avalancé hacía él. Tiró lo que tenía en las manos y me abrazó con fuerza. Estaba segura, a salvo.
Mi mente desconectó de todo, mi cuerpo se relajó. Apenas oia y estaba segura de que, de no ser porque sus brazos me sostenían fuertemente por la cintura, mis piernas hubiesen cedido y hubiese caido al suelo.
Su voz, enfadada, era lo único que mi mente captaba. Tan dulce, tan tierna. Y, casi inconsciente, temblé cuando sus labios rozaron los mios.

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