Estaba contigo, en silencio, notando ese leve mariposeo cerca de la boca de mi estómago. Y, no sé, no he podido evitar decírtelo:
t e q u i e r o.
Y tú te das cuenta de lo que me cuesta pronunciarlo, pero aún así te gusta. Y me lo dices. Y te gasto una broma. Sonreímos.
Y me parece que tu cuerpo está muy lejos del mío, aunque estemos pegados. Así que me subo en tu pecho y me tumbo, esperando que la fuerza de la gravedad me ayude en mi intento de fundirme contigo.
Y no hace falta nada más. Nos abrazamos en silencio mientras poco a poco se va haciendo más oscuro. Más íntimo. Y las velas de mi mesita parecen saberlo también, porque se consumen y se apagan.
Y el silencio me deja oír tu respiración. Notar tu corazón. Casi puedo escuchar el roce de tu mano contra mi culo. Tú piel está caliente, la mía fría. Y me dejo llevar por la caricia. Y absorbo cada detalle.
Y no me quiero mover. Y menos aún que te marches.
Así que ojalá fuera un llaverito para que me pudieras llevar a todas partes.
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