1.12.12

exiguo

Fumaba sola sentada en su ventanal. El pelo le caía, alborotado, ondulado, sensitivo, por un hombro, dejando al descubierto su níveo cuello, del que emanaba un olor mareante. Tarareaba no sé qué canción de la que sólo pude escuchar "sobredosis de emoción". Entonces miré sus ojos. Gritaban tristeza desde ese iris marrón y esas pupilas dilatadas. Ella se sentía insuficiente para el mundo y el mundo era insuficiente para ella. Desorientada buscaba no sabía qué en aquellas letras. Deseando con demencia llenarse de algo que no fuese ese vacío que la rodeaba, movía sus piernas al compás, y no sé por qué deseé perderme en ellas. Su hedor me llamaba, él tenía la culpa. Era la imagen más bella del mundo. Me enamoré al instante del lunar de su labio, del caer de su pelo, de la forma de sus dedos, del vaivén de su cuerpo. Ansié romperle aquella sudadera que la envolvía, y que dejaba al descubierto sus suaves y vibrantes piernas.

Y ella allí en aquel ventanal, ajena a todo, suspirando por no sabe qué amor perdido, qué esperanzas vanas, qué deseos frustrados, qué vida soñada.


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